En la pared pintada de azul de una "adega", había visto Carvalho otro pájaro igual.

Comenzaron su tarea cantando y cantando la dieron fin: Adega las ayudó.

Adega hablaba con extravío, trémulos los labios y las palabras ardientes.

Un anochecer de verano Adega llegó á la venta jadeante, transfigurada la faz.

Adega se levantó suspirando y acudió al umbral donde estaba echado el mastín.

Adega se acercó también, y al verle sus pestañas de oro temblaron asustadas.

Debían extraerse en el sistema Adega, en medio de los territorios del Borde Exterior.

Adega, al final de la novela, sigue flotando entre el cielo y la tierra.

Adega, arrodillada sobre la yerba, tendía los brazos desesperada sobre el cuerpo del peregrino:

Adega reconoce al ciego de San Clodio y al lazarillo, que le sonríe picaresco:

La oveja acudió dando balidos, y Adega, para sujetarla, enredóle una mano al vellón.

Adega, viéndola llegar, se incorpora entumecida de frío:

Adega, temerosa de no encontrar amo á quien servir, ponía en todo una atención llena de zozobra.

Adega se retorcía, con los ojos extraviados y los labios blancos: Estaba desnuda, descubierta en su lecho.

El peregrino dejóse caer sobre la yerba, y sin soltar la mano de Adega pronunció á media voz:

Adega se cubrió el rostro horrorizada.